miércoles, 26 de noviembre de 2008

Un bello atarcecer


Un atardecer tranquilo y soleado, decidí salir a pasear con mi hijo Diego y mi perro lucas, por el Retiro.
Todo parecía estar en calma, los pájaros cantaban y el sol brillaba con fuerza esa tarde de otoño.
Había multitud de niños cuyos padres habían aprobechado uno de los pocos días no llubiosos para que jugaran al aire libre.
Mi hijo Diego correteaba sin cesar por la hierba húmeda,tirando de Lucas, quien asumía su papel de compañero de juego sin mucha resistencia.Decidí dejarles la pelota roja que había comprado esa misma tarde en la tienda de juquetes cercana a casa, pensando que no entrañaba peligro alguno.
De repente, algo eclipsó nuestras miradas, el parque quedó en silencio por unos momentos y la oscurida rodeó nuestros cuerpos produciéndonos un leve escalifrío.Era como si una mano gigante hubiera tapado el sol. Diego corrió a abrazarme acurrucando su pequeña cabeza contra mi cuerpo y rodeándo con los brazos, pero sin apartar los ojos de aquella maravilla que comtenplaba.
Cuando de nuevo volvió la luz le conté a mi hijo que el fenómeno ocurrido se llamaba eclipse y en lo que consistía.
Pasados unos minutos nos dimos cuenta de que a nuestro lado había una niña de la misma edad que Diego. Al verla,Diego se acercó a ella, le cogió la mano y se sentaron junto al ábol. el le contó la historia del eclipse y a ella le resbalaron dos lágrimas por las rosadas mejillas. Desde entonces son grandes amigos.
Daniela es ciega pero su corazón tiene una luz imposible de eclipsar.

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